Pero la frase más dura, la más hiriente, la más odiada llegaba después de un ratito: “yo te dije” y a veces era acompañada por: “yo te avisé”, y siempre, siempre por una humillante sonrisa “de coté”.
El hijo, la hija, venía llorando con la mano en el chichón morado y la madre, que a la distancia ya había diagnosticado que el golpazo era nada más que eso, lo/a dejaba venir y cuando el/la llorón/a estaba a más o menos cinco, seis metros decía: “ahora... jodete”...!!!.
Pero la frase más dura, la más hiriente, la más odiada llegaba después de un ratito: “yo te dije” y a veces era acompañada por: “yo te avisé”, y siempre, siempre por una humillante sonrisa “de coté”.
El “yo te dije” podía ser tanto “no subas a ese árbol” “no corras en el piso mojado” o “no te pares en la bicicleta”.
Había dos etapas, o mejor dicho tres para el “yo te dije” o el “yo te avise”: antes y después de la edad del pavo y la tercera durante ese mismo período en el que, por razones obvias, las madres eran más indulgentes y no la usaban o no la decían con el mismo énfasis.
Después de la edad del pavo, la frase matadora servía para advertir sobre el noviecito o la noviecita, la carrera universitaria o algún otro detalle de menor importancia como por ejemplo, votar.
Hoy, después de tres años, ya ni ganas se tienen de repetir esas frases y mucho menos de esgrimir la sardónica sonrisa.
Y eso aun sabiendo que el haber subido al árbol, haber corrido en el piso mojado, haberse parado en la bicicleta, haber elegido al peor novio, no sólo le dejó la guampa chata al descreido sino que también lastimó, y mucho, al resto.
Pedro Réttori